Ragnar sonrío cuando las altas montañas se vislumbraron por fin en el horizonte. A primera vista no se distinguían en lo más mínimo de cualquiera de los otros macizos cercanos, pero el leve pulso del zafiro de Odín le indicaba algo muy distinto, y su corazón se aligero al saberse ya cerca de su destino.
Avanzó sin pausa entre la nieve, ansioso por llegar al fin, su mente rememorando algunos de los incidentes del azaroso viaje…
Tras levantar un túmulo en honor a su maestro había visitado su otrora pueblo natal, ahora reconstruido en una pequeña ciudad, y presentado sus respetos en las tumbas de sus familiares; para después partir de las Faroe con presteza.
La suerte le había acompañado al encontrar trabajo como estibador y ganarse un pasaje en barco hasta las Islas Shetland, pero en ello se habían desvanecido sus exiguos recursos y, al no encontrar capitán que quisiese aceptarle como grumete o llevarle gratis al continente, solo le había quedado un modo de cruzar aquel último tramo de océano.
Se rió entre dientes al recordar la cara de los guardacostas que le habían recogido, completamente desnudo, con su armadura y escasas pertenencias atadas a la espalda, cuando ya se encontraba cerca del noruego puerto de Bergen; y de su propia reacción al saltar del barco y salir huyendo no bien tocaron tierra firme.
Desde allí había sido tan fácil como echar a andar, sin prisa pero sin pausa, siguiendo la línea de la costa y los fiordos; cazando y pescando siempre que podía y comprando provisiones el resto de las veces, con el dinero obtenido haciendo reparaciones y chapucillas en el pueblo ocasional. Ocasiones en las que, poco a poco, había recordado y aprendido de nuevo a desenvolverse en la sociedad humana, o al menos lo suficiente para que los niños dejasen de señalarlo cuando se paseaba por las calles…
Interrumpió sus recuerdos cuando la entrada al valle nevado se perfiló ante él, pues el corazón y el zafiro le dijeron que ya encontraba en los dominios de Asgard. Siguió adelante con respeto, rodeando la cascada y la cueva del valle congelado, atravesando las ruinas de la gran mansión y el bosque de las tumbas amatistas, hasta llegar a la entrada del palacio.
Allí los guardias se apartaron y se inclinaron respetuosamente al ver su armadura, indicándole el camino a seguir por los pasillos del Valhalla, hasta llegar frente a la gran puerta de doble hoja del Salón del Trono; en donde su zafiro enmudeció su guia silenciosa y Ragnar supo, sin ninguna duda, que habia llegado a su hogar.
Concediéndose tan solo un momentos de solaz Ragnar se descubrió de su yelmo y camino con solemnidad hacia la gran puerta, a la que llamo con suma educación, deseoso de presentar sus respetos a sus superiores…