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El frío no es tan intenso como antes y de a poco el mundo va cediendo ante el descongelamiento de los polos, cuestión de tiempo para que la humanidad perezca a causa de una contingencia ambiental.

Eventos provocados por aquellos que se revelan incansablemente a su inminente muerte, ¿Acaso no es destino de todo mortal perecer ante el paso de las arenas del tiempo?...

Cada vez más, las aguas del océano se apoderan de las orillas de la tierra Asgardiana, la contaminación y las guerras han mermado considerablemente a la madre Gaia y a la humanidad. Pero aún en Asgard un monte se mantiene estoico a las inclemencias, aquél en donde antaño reposara una alegoría a la máxima divinidad nórdica de la cual no hay vestigio en esta era.

Lejos del palacio principal y de las inmediaciones por donde usualmente transitan los guerreros de Odín al servicio de la Völva. Espectral atardecer acecha en negras nubes de algo más que lluvia haciendo huir los aventurados rayos de sol. Sangre y hiel amalgamados en la bóveda, luchan ferozmente por ocupar su lugar mientras en la superficie terrestre arrecian gélidos suspiros al llegar el anochecer.

Apresurada la noche, gobierna imponente las tierras negadas a los ojos del Febo, si acaso algunas estrellas alcanzan a divisarse lagañosamente tratando de sobrepasar la espesidad de las nubes nórdicas. Pero no alcanzan todavía a divisar abiertamente entre la espesura de las copas de los arbóles del llamado Bosque de la serpiente.

Lóbrego cosmos de naturaleza tétrica, se abre paso mancillando la placidéz de las arboledas. Anunciamiento al macabro arribo del heraldo de la muerte en el santuario Greco; una línea obscura, abre una grieta dimensional dejando escuchar terribles lamentos provenientes del Yomotsu, aquél camino que todo mortal ah de seguir en su inevitable arribo al sueño eterno. Todo parece indicar que un monstruo está por aparecer en aquél solitario y ahora siniestro paraje.

Ni siquiera el planeta gobernado por Neptuno alcanza a asomarse curioso entre las nubes, apenas si alcanza a iluminar un cuerpo, que poco a poco vá saliendo de aquellas sombras. Yermo aúreo ceñido a un esbelto talle, de formas voluptuosas y agresivas como su naturaleza misma.

Irónica paradoja cuando casi por completo queda visible aquella efigie de la muerte; nívea piel de marfil, cabellos castaños que suspendidos en el espacio se mantienen presos de un casco con forma de cangrejo; en su siniestra reposa una pieza metálica de excelsos detalles rúnicos, aquella pieza que ah de acompañar a todas las féminas que combaten del lado de la ojos de lechuza.

Pero no ah podido desvelarse aquél misterio cuando unas manos descarnadas parecen salir de entre los mismos árboles haciendo desaparecer aquella efigie de oro. No hay grillos ni animales silvestres, el bosque completo parece petrificado ante las presencias lascivas que se arrastran entre los bancos de nieve.

Espeluznantemente las sombras parecen albergar vida pues cobijada en las penumbras un visitante transita, ni siquiera hace ruido y sus pasos ni siquiera dejan huellas en la nieve, parece un fantasma salido de una dimensión extraña, destino indefinido e intenciones desconocidas.

Recorre los alrededores investigando, todo está solitario... eleva la mirada al cielo permanentemente nublado y un brillo extraño entre las sombras fulgura electrificando a la naturaleza misma.

Su sombra adquiere matices robustos y afelpados, los brazos delgados se extienden por detrás de su cabeza jalando la capucha blanca que cubre sus cabellos, la cierra al frente con una tercia de botones de oro para taparse y no ser reconocida a simple vista.

Se cubra sin dudar del frío, pero tambien aquél atuendo la hace mimetizarse entre los cúmulos de nieve, aunque no desea ocultar su presencia prefiere no generar la impresión "equivocada" ante quien pudiera observarla.

Comienza a caminar humildemente entre la nieve, quien la vea, solo verá a una sombra deambulando sin presencia hostil aparente, ataviada de una sencillez muy propia de los hijos de la nieve, no se vislumbra su emblema, arma alguna o bandera bélica, solo ella, sus secretos acompañantes y nadie más.

Inicia la trayectoria atenta a lo que pueda acontecer, le acompaña el suave susurro de las tierras nórdicas, aquellas que cantan en medio de remolinos de nieve refractando en su blancura la poca luz que se filtra entre las nubes.

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No hay nadie que ose perturbar la marcha de la muerte, tal parece que en aquellas planicies blancas se siente parcamente reconfortada, atrás queda el bosque de la serpiente, a nuevo destino sus pasos habrán de llegar.

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