Después de separarme de mi hermano me dirigí al Santuario de Athena. Me parecía algo completamente inútil atacar ahora, si ellos eran pocos, pero nosotros también lo éramos. No entendía por que mi Amo hacia una táctica sin sentido ahora. No sabia cuantos dorados estaban custodiando el santuario pero eso tampoco me preocupaba. Lo que estábamos haciendo eran los últimos manotazos de un ahogado para salvar su vida.

Sacudo la cabeza, no importaba si pensaba que estaba mal, tenia que seguir las ordenes del Amo a pesar de que no me gustaran o pensaran que no tenían sentido. Si comenzábamos así, íbamos a terminar derrotados antes de comenzar la nueva guerra sagrada.

Las doce casas del santuario se mostraban imponentes ante mi, pero se sentían bastante vacías y mas sabiendo que Athena no estaba allí para cuidarlas. Suspiro. Era hora de comenzar la nueva función. Les iba a dar tiempo para que vinieran a recibirme.

Antes de subir las escalinatas a Aries, me detengo a unos cuantos metros. Con la mirada escondida en el flequillo y una sonrisa macabra en el rostro. Mi armadura negra como la noche brillaba bajo el sol del cielo. Mi cabello se mecía suavemente con la brisa y mi cuerpo se movía de la misma manera acompañado por el viento.

Elevo mi cosmos lo suficiente como para que puedan notarme. Mientras los hilos de mis brazos se sacudían con la misma intensidad de las emociones que sentía ahora. Adrenalina por una nueva batalla. Dejo escapar una leve risa.

-Vamos gente… Es hora de que los espectadores se hagan presentes… no hagan esperar a la actriz…-

Susurro para mis adentros mientras espero a que el comité de bienvenidas se haga presente. Dejando los brazos delante mío, colgando como gelatina y el cabello blanco como una cortina sobre la parte delantera de mi armadura. El show había comenzado.